La sexualidad machista, predominante el los países en los que la masculinidad tradicional es la
preponderante, afecta de manera negativa tanto a las mujeres como a los propios hombres. Esta sexualidad machista se basa en la heterosexualidad obligada, se reduce al coito y al placer genital, devalúa la masturbación y obliga a los hombres a sentir deseo constante hacia las mujeres, especialmente por las guapas, presenta la confianza como peligrosa o femenina, atrofia los sentimientos y las emociones, o por lo menos lo intenta, exige satisfacer a la mujer y convierte este objetivo en una exigencia personal…
La concepción machista de la sexualidad hace que los hombres vivan los encuentros sexuales como un examen, esperando dar la talla, ya que es ahí, supuestamente, donde se demuestra su hombría; es por eso que los hombres machistas tienden a “fanfarronear” con sus amigos sobre las relaciones sexuales que ellos consideran un alarde de su masculinidad, pero pocas veces comentan los problemas que surgen en éstas, o las experiencias insatisfactorias para sus parejas.
Los celos son otra de las características de la sexualidad machista, este tipo de hombres temen perder, lo que creen que les pertenece, considerándolo como un objeto de intercambio, de manera que la conservación de la virginidad por parte de las mujeres, ha supuesto una manera de preservar la valía ante los hombres, lo que supone una vez más una muestra de las relaciones de poder que se establecen entre los hombres y mujeres en las sociedades patriarcales.
La doble moral en torno a estos temas, asume una mayor libertad para los hombres que en las mujeres en las relaciones prematrimoniales, la existencia de múltiples parejas sexuales, el inicio sexual a edades tempranas o las relaciones sexuales exentas de compromiso.
El hecho de que el coito sea el acto principal en nuestras relaciones sexuales y que lo entendamos como penetración en lugar de penetración y envolvimiento (además de ser el hombre el que penetra a la mujer, el útero de esta envuelve al pene) hace que no se sienta el acto amoroso como una fusión entre personas que tienen algo que compartir.
Además tendemos a localizar las zonas erógenas, cuando erógeno es todo nuestro cuerpo, ya que es la piel, el tacto, lo erógeno; pero para poder concebirlo de esta manera tenemos que romper las barreras del tacto, de las caricias, que es lo que ayuda a transmitir sensaciones que no se transmiten mediante la palabra a nuestra pareja.
El hecho de que el coito sea el acto principal en nuestras relaciones sexuales y que lo entendamos como penetración en lugar de penetración y envolvimiento (además de ser el hombre el que penetra a la mujer, el útero de esta envuelve al pene) hace que no se sienta el acto amoroso como una fusión entre personas que tienen algo que compartir.
Además tendemos a localizar las zonas erógenas, cuando erógeno es todo nuestro cuerpo, ya que es la piel, el tacto, lo erógeno; pero para poder concebirlo de esta manera tenemos que romper las barreras del tacto, de las caricias, que es lo que ayuda a transmitir sensaciones que no se transmiten mediante la palabra a nuestra pareja.
La concepción machista de la masculinidad hace que hombres y mujeres no disfruten de las relaciones ya que no las viven como algo natural y enriquecedor, ya que existen barreras, por ejemplo en el contacto corporal, lo que no permite desarrollar sensibilidad y empatía con lo que siente nuestra pareja, por lo que las mujeres inmersas en este tipo de relaciones argumentan una insatisfacción sexual creciente
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