El proceso de aprendizaje de la sexualidad se ha realizado desde la primera infancia de modo no explícito a través de los años: en las mujeres, velos y sugerencias se han opuesto a una actividad sexual directa, más propia de los varones. La visión ampliada de lo genital, en películas y revistas, puede producir un desagradable impacto estético. Justamente, films y fotos, han sido concebidos desde esta particular manera masculina de entender la sexualidad: el cuerpo de la mujer es cosificado como objeto de uso para la satisfacción del varón y no como disfrute mutuo.
La reiteración de penetraciones es notable en las películas pornográficas y el pene es utilizado como un ariete, en lugar de ser una parte del cuerpo que proporciona placer a la compañera.
Es común observar que el macho “monte” desde atrás a la mujer semejando la escena a una verdadera cabalgata, en donde a ella se la coloca en el lugar del animal (“more ferarum”... como las fieras, diría Freud). La pornografía reduce el erotismo a unas limitadas partes de los cuerpos que, en ambos sexos, son mostrados como meros fragmentos humanos. Pero este hecho se exacerba considerablemente con las mujeres: senos, glúteos, vulvas y orificios en primeros planos, y la boca en tanto receptora del pene, aparecen desvinculados de los afectos. Los rostros, en general, evitan manifestar situaciones de ternura y compañerismo sexual. A veces se ven grotescos maquillajes, rostros mirando a la cámara, uñas excesivamente largas.
En el varón existe un privilegio del pene, sobredimensionado en tamaño y posibilidades en cuanto a duración y frecuencia coitales. La obtención del orgasmo femenino aparece en estos films como algo exagerado y producto exclusivo de la visión o utilización del falo. En cambio, el orgasmo de los varones es exhibido fuera de cualquier orificio, rociando así el liquido seminal sobre diversas partes del cuerpo de la mujer.
La pornografía construye mitos de cómo debe ser la sexualidad, creando altos niveles de exigencia que, como consecuencia, contribuyen a la persistencia de conflictos sexuales en los espectadores que padecen cuadros de impotencia, eyaculación precoz, anorgasmia o complejo con el tamaño del pene. Se sostiene, tendenciosamente, que el largo del pene es lo más importante para la satisfacción femenina o que las mujeres se excitan si son maltratadas o aun violadas.
Por eso algunas mujeres rechazan la pornografía, quizás porque ha sido concebida desde esa particular manera masculina de entender la sexualidad.
Por ejemplo la reiteración de penetraciones es notable pero se parece más a golpes, en los que el pene es utilizado como un arma que daña, en lugar de ser una parte del cuerpo que proporciona placer a la compañera. La definición de pornografía alude semánticamente a un “tratado sobre la prostitución, el escribir sobre las prostitutas”. La existencia de esta profesión garantizaría la “castidad y decencia de las otras damas”, configurando así una doble moral en la que habría dos tipos de mujeres: las destinadas para el placer del varón son, al mismo tiempo, desvalorizadas para el matrimonio y la maternidad y, en sentido inverso, aquellas presentadas en sociedad no deberán comportarse como muy ardientes o provocativas. Desde esta óptica es posible entender por qué la concepción pornográfica nace en función de las necesidades de los varones y por qué las mujeres se sienten excluidas violentadas o utilizadas ante su exhibición, lo que no quita que algunas de ellas también logren excitarse en muchas oportunidades.
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