10 de septiembre de 2012

HISTORIA DEL FEMINISMO (II)


A mediados del siglo XIX comenzó a imponerse en el movimiento obrero el socialismo marxista, que articuló la llamada “cuestión femenina” en su teoría general de la historia y ofreció una nueva explicación del origen de la opresión de las mujeres y una nueva estrategia para su emancipación. Tal y como desarrollo Friederich Engels en “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, el origen de la opresión de las mujeres no estaría en causas biológicas, sino sociales. En concreto, en la aparición de la propiedad privada y la exclusión de las mujeres de la espera de la producción social. En consecuencia, de este análisis se sigue que la emancipación de las mujeres irá ligada a su retorno a la producción y a la independencia económica.     
A finales de los años sesenta, los valores que habían sostenido las ideologías liberales en el mundo capitalista comenzaron a desintegrarse y surgieron una serie de movimientos que ampliaron y radicalizaron la confrontación entre clases sociales. La opresión de las mujeres se desarrollaba en el hogar, que seguía siendo su ámbito prioritario de actuación, y en el trabajo con situaciones laborales discriminatorias a pesar de las leyes de igualdad, y por supuesto en una situación de desigualdad de oportunidades profesionales. Junto a esto, las mujeres de finales de los sesenta comprendieron que su sexo se había convertido en el elemento manipulable de la sociedad consumista, que las convertía y las convierte en objetos de y para el consumo. La sociedad occidental ha llevado hasta el extremo la degradación social del ama de casa y la nueva libertad sexual, no es mas que un engaño, puesto que el cuerpo femenino se convirtió en objeto de explotación para la libertad masculina. 
Simone de Beauvoir constituye un brillante ejemplo de cómo la teoría feminista supone una transformación revolucionaria de nuestra comprensión de la realidad, y es que no hay que infravalorarlas dificultades que experimentaron las mujeres para descubrir y expresar los términos de su opresión en la época de la “igualdad legal”. Estas dificultades fueron expresadas por la estadounidense Betty Friedan, cuando dijo que el problema de las mujeres , es “el problema que no tiene nombre”, y el objeto de la teoría feminista, fue justamente el de nombrarlo. Betty Friedan contribuyó a fundar la Organización Nacional para las Mujeres, una de las organizaciones feministas más importante de Estados Unidos.
Las mujeres descubrieron que dentro del seno de los grupos radicales pacifistas en los que muchas participaban pervivía la más antigua y arraigada de las opresiones: la de las mujeres. El nuevo feminismo, el feminismo radical por las multitudinarias marchas y manifestaciones y por los lúcidos actos de protesta y sabotaje que ponían en evidencia el carácter de objeto y mercancía de la mujer en el patriarcado.
Según el exhaustivo análisis de Echols, el feminismo radical estadounidense habría evolucionado hacia un nuevo tipo de feminismo para el que utiliza el nombre de feminismo cultural. Mientras que el feminismo radical lucha por la superación de los géneros, el cultural lo hace afianzándose en la diferencia. Dentro de la tipología establecida por Echols, encontramos el Feminismo Cultural estadounidense que engloba según éste, las distintas corrientes que igualan la liberación de la mujer, con el desarrollo y la preservación de una contracultura femenina: vivir en un mundo de mujeres para mujeres. Esta contracultura exalta el “principio femenino” y sus valores y denigra lo “masculino”. También encontramos dentro de la tipología de feminismo de la diferencia, el Feminismo Francés de la Diferencia, que utiliza la herramienta psicoanalítica como forma de exploración del inconsciente, y lo utiliza a modo de privilegio para la reconstrucción de una identidad propia; y el feminismo Italiano de la Diferencia muy influido por el francés y el feminismo cultural estadounidense. que siempre mostró su disidencia respecto a posiciones mayoritarias del feminismo italiano; critican el feminismo reivindicativo por victimista y  por no respetar la diversidad de la experiencia de las mujeres. A cambio proponen trasladarse al plano simbólico y que sea en éste donde se produzca la efectiva liberación de la mujer, del “deseo femenino”
Tras las manifestaciones de fuerza y vitalidad del feminismo y otros muchos movimientos durante la década de los 70, los años 80 se presentador bastante conservadores, en parte por el triunfo de líderes ultraconservadores y en parte por el agotamiento de las ideologías que surgieron en el siglo XIX, todo esto unido al derrumbamiento de los estados socialistas. Aún así el feminismo no desapareció, ni mucho menos, pero si sufrió grandes transformaciones. Los cambios cosechados provocaron una aparente merma de la capacidad de movilización de las mujeres, en torno a las reivindicaciones feministas, sin embargo, esto no significa un repliegue en la constante lucha por conseguir las reivindicaciones feministas. A parte de la imprescindible labor de los grupos feministas de base, ha tomado progresivamente fuerza lo que ya se denomina feminismo institucional. Este tipo de feminismo reviste diferentes formas en los distintos países occidentales: desde los pactos  interclasistas de mujeres, a la formación de grupos de presión, hasta la creación de ministerios o instituciones interministeriales , como es el caso en nuestro país del instituto de la mujer creado en 1983.
En definitiva, los grupos de base, el feminismo institucional y la pujanza de la teoría feminista, más la paulatina incorporación de las mujeres a puestos de poder y a tareas emblemáticamente varoniles, han ido creando un poso femisnista que simbólicamente se cerro con la declaración de Atenas de 1992, donde las mujeres mostraron su claro deseo de firmar un nuevo contrato social y establecer una democracia partitaria.

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